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Por si pierdo las maletas

20 de noviembre

No tenía muchos años, en su plena juventud, creía conocer casi todos los secretos de la humanidad:

Sabía que el hombre era un ser egoísta, que sólo le importaba lo que a los demás: un brillante futuro laboral, para poder atraer a cuantas más personas mejor.
El hombre como ser racional había fracasado en los objetivos que se propusiera, pues no le faltaba la razón de los Ilustrados para llevar a cabo todos sus objetivos y metas profesionales y personales.
Pero como ser racional, el ser humano no había sido un éxito su elaboración de planteamientos utópico en la sociedad, (que albergaba cada vez a más y más personas, de diferente procedencia, de diferentes costumbres culturales, de diferentes discapacidades tanto física y psíquicas…) y la tolerancia que él pretendía contar en su poder, sólo era fruto de su propio egoísmo, y como la utopía, la tolerancia, no existía en los elementos prácticos de su mente.
Creía pues que lo mágico de la utopía y la tolerancia era su propia irrealidad. Siempre creerá en ella, pero nunca en su poder.

Como decía, no tenía muchos años, conocía casi todos estos fracasos del ser humano, y se afirmaba a sí mismo que todo en lo que el ser humano creía, tanto en la práctica como en la teoría, también contaba con esa irrealidad que ellos mismos daban a la utopía y a la tolerancia.

No creía en la felicidad, si no se encontraba así mismo, no creía que el vacío que siempre siente el hombre para y con su existencia llegara a tenderse lleno, no creía que  Madrid pudiera tenderse tranquilo, no creía que en sí mismo, se pudiera alcanzar la paz.

 Pero sabía el modo de tornar las pesadillas en un bonito sueño. No tenía ni tiempo, ni espacio, vivía siempre en su pequeño mundo, en el que sólo tenía cabida a sus pensamientos, recuerdos, canciones olvidadas, que albergan el mismo significado. A nadie le abría el baúl de los sentimientos, ni el baúl de los recuerdos, fácilmente. Y si alguna vez lo había echo, entonces es que esa persona realmente merecía la pena.

Escribía siempre en lenguaje cifrado, y volvía casi siempre a andar lo andando, el día anterior, para recoger lo que el día de antes se le había caído: un trocito de su tiempo, un tiempo y un espacio, ni perdido ni olvidado, (aunque los demás quisieran borrarlo de un plumazo)

Por ello no creía en el tiempo, ni en el espacio. Podría estar en un lugar, en una hora, minutos y segundos determinados, pero él estaba a años luz, viajando a algún lugar sagrado, de los antiguos Mayas, de la Corte del Rey Sol, a alguna estrella en verano.

Era capaz de revivir, y vivir en el pasado, siendo el futuro, un valioso aliado, para parar el tiempo, para no seguir andando, para seguir escribiendo cuentos, que guardaba en algún lugar. Para seguir dando caricias, para seguir contando versos, para seguir cantando Buenos días, y poder seguir dando besos.

Era un ser muy extraño a los ojos del resto. Un ser demasiado profundo desde mi punto de vista, demasiado pesado para sí mismo, y demasiado poco egoísta hacia su propia persona.

Amigo de sus amigos, con alguna frase de alguna canción siempre en sus labios, era alegre, hacia fuera, y serio y duro consigo mismo. Lo único que quería era sentirse útil, odiaba ser sólo brisa, anhelaba dejar huella en algún lugar, y que nunca se borrara.

No quería ser una gran superpotencia, sólo ser una provincia en el país de los que él quería, quería dar siempre sonrisas, abrazos, miradas, pero no quería que le dejasen en la estacada.

Se encontraba perdido, por eso se refugiaba en su mundo, se sentía aunque sólo, bien en ese sitio.

Una vez me contó todo esto, y sé que muchas más cosas se calló, por miedo (creo yo) a que cómo tantos otros desapareciera de su vida, y a quedarse él sólo, con tres canciones, y un póster del Che Guevara y un bebé en su habitación.

 

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